con cuyo contenido coincido plenamente.
Me parece que es un punto de vista interesante
para la reflexión y el debate periodístico.
Partamos de la premisa de que en la mayoría de democracias funcionales, el Presidente de la República es la persona más visible y fiscalizable del país y que su vida privada es parte de una cobertura noticiosa normal. De hecho, hemos visto cómo los escándalos de faldas son muchas veces razones para que tambalee la política de algunas naciones (recordemos a Bill Clinton, Silvio Berlusconi, entre otros).
En El Salvador, donde la cultura del rumor es poderosa, los periodistas navegan con una doble moral en cuanto a los temas de la vida personal de políticos y gobernantes. Los chambres van y vienen, a veces con fotos, a veces con testigos, pero nunca parecen alcanzar la calidad de “noticia seria”. Parece ser que hay un tácito respeto a la malentendida intimidad de quienes son de hecho personas públicas.
En el caso del Presidente de la República, el problema es un poquitín más complejo. Si bien tiene su propio círculo íntimo, pues no deja de ser persona por el hecho de haber asumido el más alto cargo de elección popular, al mismo tiempo ha perdido en gran parte, el derecho a que su vida privada sea completamente confidencial. Sus acciones, más allá del alcance moral, deben ser fiscalizadas.
Y no es por un criterio mojigato de que si merece o no merece una persona con blandengues principios morales gobernar este país, es más una cuestión de mera transparencia pues, el ciudadano presidente, en el desarrollo de sus tan comentadas aventuras puede estar comprometiendo recursos públicos que deben ser fiscalizados apropiadamente.
A los periodistas les debe interesar con quién se acuesta el Presidente. Que se entienda bien, esto no es un asunto de morbo, es un asunto del más elemental periodismo investigativo. A los periodistas salvadoreños les debe interesar con qué dinero se pagan los viajes, los vehículos, las casas y apartamentos, los guardaespaldas, la ropa y los accesorios, las cirugías estéticas y los colegios de primer nivel en el que estudian los hijos producto de esas relaciones extra matrimoniales del ciudadano presidente.
Al final, la premisa es sencilla: con su vida que haga lo que le plazca, pero que explique qué parte de esa desordenada vida se paga con nuestros impuestos.