Ilustración de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry.
Verdades encerradas en frases gastadas
Muchas veces he pasado por alto el cliché que se vuelve común en el mes de mayo de que el amor de una madre es una expresión del amor de Dios. Pero últimamente he vuelto a pensar en esto, con más detenimiento. Al final, hay que admitir que para que una frase se vuelva cliché, muchas personas tienen que haberla repetido y eso tiene que valer por algo.
Espero mi segunda hija. Al menos el ultrasonido que nos tomaron hace unas cuantas semanas así parecía revelarlo. Otra niña. La felicidad de esta espera es una nube rosada que se ha instalado en nuestro hogar. Camila, la hermanita mayor, aún ignorante de lo que significa tener una hermana, ya expresa su amor por la nueva invitadita de la casa; sin siquiera conocerla, sin ver su cara, sin saber que le robará la paciencia más de una vez como solemos hacer los hermanos menores (fui la menor después de dos varones). Al ver esa dulce inocencia de Camila, me lleno de amor. Pero es algo difícil de explicar, porque el amor encierra tantos significados y, cuando uno quiere embotellar en cuatro letras todo lo que se siente, una emoción tan sobrecogedora y poderosa, pues, se queda corto. Ahí es donde vuelvo al cliché. A la dura tarea de aceptar que, al ser madre, casi todos los clichés asociados a la maternidad se me hacen ciertos.
Hace unos días, compartiendo un tiempo con mi mamá y con Camila, le confesé a mi Mami que hasta que tuve a mi hija pude saber, sentir, y tener la certeza de cómo ella me ama a mí. Es una verdad que llega a sobrepasar el chato entendimiento que tenemos del amor, saber que mi madre sintió esto por mí. Este convencimiento de que por ese pedacito de persona darías tu vida sin suspirar. Y eso es una verdad que te llena de mucha fuerza. Esta mujer me ama de esa forma por el simple hecho de existir. No tengo que hacer nada para merecerlo. Nunca tuve que hacer nada para merecerlo. Simplemente me ama. Y ese amor le da la vida al mismo tiempo.
Pues eso. Así nos ama Dios. No tengo otra manera de ponerlo. Basta con ser, con existir. Nos ama lo suficiente como para hacer de cada uno de nosotros un milagro. Una célula que cobra vida, que crece, que se alimenta del cuerpo de su madre, que nace al mundo en el más maravilloso evento de la naturaleza. No creo que haya madre o padre en este mundo que al contemplar la carita de su hijo no se convenza de que ese pequeño ser es un milagro. Un milagro. Todos, cada uno de nosotros. ¡Qué amor tan grande! ¡Qué cliché tan gastado! Qué maravilla encontrar una verdad tan hermosa en palabras tan comunes y que pasamos por alto tantas veces.
La idea de este palabrerío no es ganarme un súper regalo del Día de la Madre (¡!) Más bien, es mi forma de expresar lo agradecida que me siento por esa verdad. Porque si Dios necesitara o requiriera que yo fuera merecedora de su amor para amarme, entonces, estoy segura de que yo estaría en serios problemas. Y también este palabrerío es la forma que tengo de decirle a los demás que basta con un cliché que muchos leemos a la carrera y sin emoción para sentirse completo en esta vida: Dios te ama. Sin que hagas nada, sin afanes, sin merecerlo. Dios te ama. Eso basta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario