En este proceso electoral por el que atravesamos, y dada la coyuntura actual, me parece oportuno traer a colación este fragmento de la novela “El asco. Thomas Bernhard en San Salvador” (escrita entre el 31/12/1995 y 5/02/1996 en Ciudad de México por Horacio Castellanos Moya –muchos tratan de desprestigiar su obra diciendo que es hondureño por haber nacido en ese país, pero constitucionalmente [art. 90] es salvadoreño de nacimiento al ser de padres salvadoreños–). La novela es un audaz relato de 119 páginas que solo un posee un punto y aparte: el del final. En ella Castellanos Moya utiliza un estilo elocuente, fluido y ácido para contar la historia de Edgardo Vega (personaje real pero con diferente nombre), un salvadoreño que se ha autoexiliado en Montreal, Canadá, desde hacía 18 años para no querer saber nada de este país donde, por fuerza del destino, le tocó nacer; Vega debió volver al país tras la muerte de su madre y en ese tiempo de “vacación” tuvo un encuentro en un bar con su ex compañero del Liceo Salvadoreño (Castellanos Moya) en donde le expone su particular forma de ver a El Salvador. Lo curioso de este relato es que parece, desde el momento en el cual se escribió hace 12 años y la actual coyuntura, como que el tiempo se detuvo para nuestra clase política y eso le da vigencia y actualidad a la obra. Sino veamos este día los "debates" en vivo desde el Salón Azul de la Asamblea, o cómo harán algún chanchullo para tratar de evitar la multa de $350,000, o como siguen repartiéndose las instituciones y los pleitos internos de cada partido político por situaciones de intereses personales, eso sin contar la imposición de candidatos o quiénes los eligen. Pero para explicarme mejor, este es un pequeño extracto de esa impúdica conversación:
“Aquí no ha sucedido nada, aquí nada ha cambiado, la guerra civil solo sirvió para que una partida de políticos hicieran de las suyas, los cien mil muertos apenas fueron un recurso macabro para que un grupo de políticos ambiciosos se repartiera un pastel de excrementos, me dijo Vega. Los políticos apestan en todas partes, Moya, pero en este país los políticos apestan particularmente, te puedo asegurar que nunca había visto políticos tan apestosos como los de acá, quizás sea por los cien mil cadáveres que carga cada uno de ellos, quizás la sangre de esos cien mil cadáveres es la que los hace apestar de esa manera tan particular, quizás el sufrimiento de esos cien mil muertos les impregnó esa manera particular de apestar, me dijo Vega. Nunca he visto políticos tan ignorantes, tan salvajemente ignorantes, tan evidentemente analfabetos como los de este país, Moya, resulta claro para cualquier persona mínimamente instruida que los políticos de este país tienen especialmente atrofiada la capacidad de lectura, a la hora de hablar se les nota que desde hace tiempo no ejercen su capacidad de lectura, resulta evidente que lo peor que les podría suceder a los políticos es que alguien los obligara a leer en voz alta ante un público, sería tremendo, Moya, te aseguro que en este país no hay necesidad de hacer un debate de ideas entre candidatos, resultaría suficiente prueba que los candidatos leyeran cualquier texto ante un público, te juro que poquísimos políticos pasarían este prueba de leer de corrido en voz alta. Y como se desviven por aparecer en la televisión, Moya, es horrible, si encendés la televisión a la hora del desayuno en todos los canales aparece un estúpido haciéndole las mismas preguntas estúpidas a un político que únicamente responde estupideces, me dijo Vega. Como para morirse, Moya, como para vomitar el desayuno, como para arruinarte el día. (...) En contra de mi voluntad, he tenido que ver y escuchar a esos políticos apestosos por la sangre de las cien mil personas que mandaron a la muerte con sus ideas grandiosas, un tremendo asco me producen esos tipos tenebrosos que tienen en sus manos el futuro de este país, Moya, no importa si son de derecha o de izquierda, son igualmente vomitivos, igualmente corruptos, igualmente ladrones, se les nota en la cara la ansiedad por robar lo que puedan, unos sujetos realmente de cuidado, Moya, solo necesitás encender el televisor para verles en la jeta la ansiedad por saquear lo que puedan a quienes puedan, unos pilllos con saco y corbata que antes tuvieron un festín de sangre, su orgía de crímenes, y ahora se dedican al festín del saqueo, a la orgía del robo, me dijo Vega. Pero brindemos, Moya, que no se nos amargue nuestro reencuentro por culpa de esos policastros que diariamente arruinaron mis comidas desde el televisor que mi hermano y su mujer encendían en el mismo momento en que me sentaban a la mesa. Y lo peor son esos miserables políticos de izquierda, Moya, ésos que antes fueron guerrilleros, ésos que antes se hacían llamar comandantes, ésos son los que más asco me producen, nunca creí que hubiera tipos tan farsantes, tan rastreros, tan viles, una verdadera asquerosidad de sujetos, luego que mandaron al sacrificio a tanto ingenuo, luego que se cansaron de repetir esas estupideces que llamaban sus ideales, ahora se comportan como las ratas más voraces, unas ratas que cambiaron el uniforme militar del guerrillero por el saco y la corbata, unas ratas que cambiaron sus arengas de justicia por cualquier migaja que cae de la mesa de los ricos, unas ratas que lo único que siempre quisieron fue apoderarse del Estado para saquearlo, unas ratas realmente asquerosas, Moya, me da lástima pensar en todos esos imbéciles que se hicieron matar por seguir las órdenes de estas ratas, en esas decenas de miles de imbéciles que fueron a la muerte entusiasmados por seguir órdenes de estas ratas que ahora solo piensan en conseguir la mayor cantidad de dinerito posible para parecerse a los ricos que antes combatían, me dijo Vega.”
Tomado, con autorización del autor, de “El asco. Thomas Bernhard en San Salvador” de Horacio Castellanos Moya, páginas 26-29 de la 8ª. Edición (2003) de 2,000 ejemplares de la Editorial Arcoiris. 1997.
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